jueves, 22 de agosto de 2013

ENCUENTRA TU SOL
(Está en el lugar donde brillas)
Elú nació, como todos nacemos, unida a su sol mediante un rayo de luz que la iluminaba. Elú era brillante, brillante. Era tan brillante porque estaba muy conectada a su rayo, así su sol podía inundarla por entero y hacer que fuera tan luminosa. Pero cuando Elú nació, miró hacia un lado, luego hacia el otro y descubrió a los dos seres de los que le habían hablado antes de venir a este mundo: mamá y papá. Elú sabía, también se lo habían dicho antes de nacer, que recibiría la ayuda necesaria para conocer el amor a través de estos dos seres, y así podría integrarse en el mundo que había venido a vivir. Así, ella expresó todo lo que pudo, su pureza, su simpatía, su gracia… esperando que a cambio estos dos seres, papá y mamá, se sintieran felices de tenerla, y la fueran abasteciendo de la gasolina básica (amor, ayuda), para no perderse en este mundo desconocido, y guiando para irse desarrollando por sí misma, poco a poco, hasta que llegara el momento en el que ella sola pudiera cumplir su importante misión. Porque Elú, como todos los seres que vienen a este mundo, tenía una importantísima misión (aunque aún no sabía cuál era), que se iría revelando en el proceso de desarrollo en su nueva forma de vida, a través de la ayuda de papá y mamá, y de la gasolina de su amor. Pero algo sucedió, algo extraño y frío… Elú brillaba, y esperaba, junto a sus padres… Pero sus padres no le daban amor. No recibía de ellos ningún abrazo. Y lo necesitaba para seguir creciendo y aprendiendo a estar en este mundo. Pasado un tiempo, la necesidad de Elú de recibir un abrazo de amor fue tan imperiosa que se salió del gran rayo de luz que la hacía brillar, para acercarse a su mamá. Así que se desenganchó de su sol, se desplazó hacia mamá y esperó a recibir su abrazo de amor. Pero este abrazo no llegó nunca. Entonces miró hacia el otro lado, vio a su papá, y se desplazó (aún torpemente, puesto que estaba recién llegada a este mundo), hacia su papá, y espero, pero tampoco recibió su abrazo. Entonces, una enorme oscuridad inundó a Elú. Necesitaba, al menos, el calor de su propio sol, pero se había desplazado tanto que se había perdido. Ya no sabía qué sol era el suyo. Sólo sabía que necesitaba urgentemente amor, o por lo menos calor o, como mínimo, algo de luz. Y entonces vio acercarse a un ser cualquiera, desconocido, y le miró ansiosa. Ese ser tenía luz, estaba conectado a su sol. Entonces, Elú se acercó a él y se quedó muy pegada, sintiendo la calidez de un sol ajeno. Bueno, al menos tenía calor. Y cuando el ser se dio cuenta, en primer lugar de su presencia, y luego de su intención, le dijo: “Vale, te dejo que te quedes conmigo, acompañándome, pero tienes que desplazarte junto a mí cada vez que yo me mueva, porque yo estoy cumpliendo mi misión”. Entonces, Elú dijo que sí, muy contenta de ser aceptada. Pasó el tiempo, y Elú se sentía querida Ese ser le daba amor, la abrazaba, y ella a cambio la acompañaba en sus desplazamientos hacia su misión. Pero un día Elú se puso muy triste. Se dio cuenta de que tenía amor, pero estaba viviendo la misión de otro ser, no la suya propia. Jamás tendría sentido su vida en este mundo mientras no volviera a conectarse con su sol. Ya había aprendido a desplazarse, ya había recibido abrazos de amor, pero, ¿de qué le servían si no podía llevar adelante su misión?, ¿porque su luz quedó perdida en algún lugar lejano?.