miércoles, 22 de julio de 2020

Queremos ser más felices que los demás, y eso es dificílisimo, porque siempre les imaginamos mucho más felices de lo que son en realidad.

Aquél que dijo «más vale tener suerte que talento«, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control.

Eso de extrañar, la nostalgia y todo es eso, es un bálsamo. No se extraña un país. Se extraña el barrio en todo caso pero también lo extrañas si te mudas a 10 cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental. La patria es un invento. Qué tengo que ver yo con un Tocumano o con un Salteño. Son tan ajenos a mi como un Catalán o un Portugués. Estadísticas. Números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente.

Las tres reglas. Primera: La paradoja. La vida es un misterio, no pierdas el tiempo deduciéndola. Segunda: Humor. No pierdas su sentido, sobre todo en ti. Te dará una fuerza colosal. Tercera: Cambio. No hay nada que perdure.

El dinero no compra la felicidad, pero si todo lo demás.

Vivir el arte y vivir la vida.
Vivir la realidad y los sueños.
Amarlo todo, besarlo todo, acariciarlo todo, probarlo todo, sentirlo todo, mirarlo todo, leerlo todo, tratar de comprenderlo todo…
Vivir: he ahí la consigna. Vivir, vivir, vivir, hasta morirla.

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente. Enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida. Para no darme cuenta en el momento de morir, que no había vivido.

             Alguien que conocí escribió que abandonamos nuestros sueños por miedo

El hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando en realidad, desea únicamente lo que se supone (socialmente) ha de desear. Saber lo que uno realmente quiere no es cosa tan fácil como algunos creen, sino que representa uno de los problemas más complejos del ser humano.

Nos pasamos la vida soñando con deseos incumplidos, recordando cicatrices, construyendo artificial y mentirosamente lo que pudimos haber sido. Constantemente nos estamos frenando, conteniendo. Constantemente estamos engañando y engañándonos. Cada vez somos menos verdaderos, más hipócritas; cada vez tenemos más vergüenza de nuestra verdad.

La próxima vez que te enfrentes a una habitación llena de extraños… deberías pensar que algunos no son más que amigos a la espera de que los conozcas.

¿Cuántos hay que se dejan morir un poco cada día, integrándose tan bien en las estructuras de la vida contemporánea que pierden su vida al perderse de vista a sí mismos?

¿Qué significa estar seguro? ¿Alguien lo está? ¿Podrías admitir, sin hacer trampas, que realmente estás seguro? Hay preguntas que es mejor dejar sin responder.

¿Qué cuántos años tengo? ¡Eso! ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo y hacer lo que quiero y siento.

Nos envejece más la cobardía que el tiempo, los años solo arrugan la piel pero el miedo arruga el alma.

Existe siempre la sospecha de que estamos viviendo en la mentira o el error, de que algo de importancia crucial se nos ha escapado, perdido o traspapelado. De que algo hemos dejado sin explorar o intentar, de que alguna posibilidad de felicidad desconocida se nos ha ido de entre las manos o está a punto de desaparecer para siempre si no hacemos algo al respecto.


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