viernes, 23 de mayo de 2014

Nuestra respuesta habitual al sufrimiento es escapar, enfadarnos, odiar, culpar a otros, resistirnos, rechazar, luchar, quejarnos, sentirnos desdichados, apegarnos a él, hablar de ello con otros, intentar cambiar lo que hay, pensar que Dios no nos quiere, gritar, llorar y llorar...
Pero si en lugar de hacer eso, nos enfrentamos a él y lo vivimos plenamente, éste deja de existir. Se libera y se convierte en fuente de alegría y amor. Entonces podemos relacionarnos con nuestros semejantes desde el amor, desde la seguridad de nuestras similitudes y no desde la hostilidad y el miedo de nuestras diferencias.

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